Nunca he podido apegarme a las cosas nuevas y crudas, Pues vi la primera luz en una ciudad antigua, Donde los tejados apiñados descendían desde mi ventana Hacia un puerto pintoresco, rico en visiones. Calles con puertas cinceladas donde los rayos del sol poniente Bañaban viejos montantes de abanico y pequeñas vidrieras, Y campanarios georgianos rematados con veletas doradas... Tales fueron las vistas que modelaron mis sueños infantiles.
Estos tesoros, heredados de épocas de prudente fermento, Desdibujan la presencia de las débiles quimeras Que se agitan en vana mudanza y con fe confusa Entre los muros inmutables de la tierra y el cielo. Cortan las cadenas del instante y me dejan libre Para erguirme en solitario ante la eternidad.
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