I love Lovecraft

Ha pasado poco tiempo desde que me encontré a Lovecraft en la red -tan solo siete años- desde entonces, gracias a Ernest empecé a leerlo y tiempo después -cuando ya no podía dejar de leer- empecé a recopilar sus relatos; tuve algunos problemas porque algunos de ellos están perdidos y otros simplemente no se encuentran con tanta facilidad en la red.

Algunos participantes del foro de Ciberanika me enviaron desde España libros de Lovecraft -Gracias por eso- y tiempo después empecé a buscar en el fondo de las tiendas y librerías de mi ciudad y encontré uno que otro, algunos con relatos repetidos y pastas maltratadas. Las mini Ferias del Libro también han ayudado mucho en mi búsqueda y los viajes que he tenido oportunidad de hacer.

Actualmente tengo un pequeño ''altar'' a Cthulhu, el personaje más reconocido y popular de Lovecraft, así como un tatuaje del mismo en mi tobillo.



A algunos les pareció exagerado, tonto y a otros simplemente no les gustó, pero Lovecraft me inspiró para mis historias y me invitó a un mundo maravilloso con paisajes inimaginables y seres fascinantes. Su redacción y su creatividad me maravillan desde que leí 'La Sombra Sobre Innsmouth' hace años, rescató una parte de mi personalidad que pendía de un hilo y que a punto estuve de perder.



Ahora quiero compartir los relatos con ustedes, sin ánimo de lucrar o ganar algo, solamente de guardar -porque mi pc puede fenecer en cualquier momento- y de invitarlos a entrar en Innsmouth o Dunwich, a soñar en la casa de la bruja o a llamar al gran Cthulhu que yace dormido en la profundidad del mar.

Bienvenidos.

Eyra Garibay Wong

Buscas algún relato en especial?

jueves, 24 de julio de 2008

EL QUE ACECHA EN EL UMBRAL (Colaboración August Derleth) 5a Parte

«Con respecto a la finca americana, o sea, la que poseo en el estado de Massachussetts, conmino a los que vengan después de mí a que la conserven en la familia, por razones que es preferible que ignoren. Aunque considero improbable que pongan rumbo nuevamente a las costas de América, si alguno lo hiciere y volviere a hollar aquella finca, yo le conjuro a que observe ciertas reglas, cuyo significado podrá encontrarse en los libros que quedan en la casa llamada Casa Billington, situada en el bosque también llamado de Billington. Las mencionadas reglas son:

»No ha de permitir que el agua deje de manar alrededor de la isla donde está la torre ni alterar la torre en ningún detalle ni implorar a las piedras.

»No ha de abrir la puerta que conduce a tiempo y lugar extraños ni invitar a El Que Acecha en el umbral ni invocar a las montañas.

»No ha de molestar a ranas ni sapos, en especial a los sapos gigantes del pantano que hay entre la casa y la torre, ni a las luciérnagas ni a los pájaros llamados chotacabras, no vaya a abandonar cerrojos y defensas.

»No ha de tocar la ventana ni intentar modificarla en su menor detalle.

»No ha de vender o enajenar la finca sin añadir al contrato una cláusula que disponga: que la isla y la torré deben dejarse como están y que la ventana no debe ser modificada, excepto para destruirla.»

En vez de firma había sido copiado el nombre «Alijah Phineas Billington».

Teniendo en cuenta lo que ya había descubierto, por fragmentario que fuera, el contenido de este breve documento presentaba un interés más que pasajero. Lo que no conseguía comprender era por qué a su tatarabuelo le preocupaban tanto la torre (que sin duda era la que él había visto e investigado), la marisma o zona pantanosa y la ventana, que probablemente era la del despacho.

Dewart levantó la vista hacia la ventana y la observó con curiosidad. ¿Por qué habría que tener tanto cuidado con ella? Desde luego tenía un dibujo interesante, formado por círculos concéntricos atravesados por rayos que salían del centro. El cristal multicolor que rodeaba la pieza redonda central hacía parecer a ésta aún más brillante, ahora que el sol daba de lleno en la ventana. Al mirarla, sufrió de repente un extraño efecto óptico, como si los círculos concéntricos se hubieran puesto a girar y las líneas radiales a vibrar y retorcerse. Entre los vidrios de distintos colores empezó a formarse como un retrato o una escena. Inmediatamente Dewart cerró los ojos fuertemente y sacudió la cabeza, luego aventuró una mirada fugaz a la ventana. No había en ella nada extraño, salvo su misma existencia. Pero la brevísima impresión que acababa de recibir había sido tan vívida que no pudo por menos de pensar que había sufrido un mareo por exceso de trabajo o por haber bebido demasiado café, o quizá por ambas cosas a la vez, pues Dewart era uno de esos individuos, no demasiado escasos por otra parte, que empiezan a dar sorbitos a un cazo lleno de café —preferentemente solo y con mucho azúcar— y poco a poco lo dejan vacío.

Dejó el documento en la mesa y llevó a la cocina el cazo del café. Al regresar, miró una vez más hacia la ventana emplomada. El crepúsculo comenzaba lentamente a invadir el gabinete de estudio, pues el sol se había empezado a ocultar tras la muralla de árboles que cerraba el horizonte de poniente y la vidriera resultaba iluminada por un resplandor dorado y cobrizo. Era muy posible —se dijo Dewart— que el juego de la luz crepuscular en los cristales le hubiera hecho ver lo que no existía. Bajó la vista y reanudó su tarea, que consistía en volver a meter la hoja de instrucciones en el sobre de papel de Manila, guardar el sobre en su sitio y seguir arreglando las cajas y los cajones de cartas y otros papeles que quedaban por sacar.

Así pasó el tiempo del crepúsculo.

Cuando terminó su aburrida tarea, apagó la lámpara que tenía encendida y a cambio encendió un farol pequeño en la cocina. Tenía intención de salir a dar un paseo, pues la noche era dulce y suave. Había como una neblina que era humo de haber quemado paja o rastrojo por la parte de Arkham y la luna creciente iba perdiendo altura por poniente. Pero al cruzar la casa para salir por la puerta principal, acertó a pasar por el despacho y la mirada se le quedó prendida en la vidriera.

Lo que vio le hizo pararse en seco. Por algún truco o efecto de la luna en los vidrios emplomados, la ventana había adquirido la apariencia de una cabeza grotescamente malformada. Dcwart la contempló fascinado. Pudo distinguir los ojos, o al menos las cuencas, una especie de boca y una frente enorme en forma de cúpula, pero ahí terminaba todo parecido humano. La nebulosa silueta se desflecaba en líneas horrendas que sugerían tentáculos. Esta vez no le sirvió de nada guiñar los ojos: la imagen grotesca y terrible siguió allí. Primero el sol, ahora la luna —se dijo Dewart— y en seguida se dio cuenta de que su tatarabuelo había diseñado la ventana para que produjera ese efecto.

Pero esta rápida explicación no le acabó de satisfacer. Acercó una silla a las estanterías que había debajo de la ventana y subió de la silla a lo alto de la estantería, quedando justo enfrente de la ventana y a su misma altura. Lo que pretendía era examinarla vidrio por vidrio, pero apenas se halló en la posición descrita cuando la ventana entera pareció cobrar vida, como si la luz de la luna se hubiera convertido en una fogata de brujas y la silueta espectral estuviera animada por un poder maligno.

La ilusión cesó con la misma rapidez con que había empezado. Dewart quedó bastante turbado pero entero. El cristal central de la ventana era incoloro y transparente y a través de él contempló la luna. Bañada en su luz engañosa se alzaba, allá abajo, la fantasmal blancura de la torre rodeada de árboles altos y sombríos. De toda la casa sólo se la veía desde aquel extraño ventanal. Miró fijamente a la torre. Sin duda tendría que ir a que le examinaran la vista, pues ¿ acaso no veía algo revoloteando oscuramente alrededor de la torre, no de la base que no era visible— sino de la cima cónica? Dewart meneó la cabeza. Debían ser efectos ópticos de la luna que, en combinación con vapores que tal vez se elevaban de las marismas, producían figuras y formas extrañas y desconocidas.

Sin embargo, se sentía alterado. Bajó de la estantería y caminó hasta el umbral del despacho. Allí se volvió a mirar de nuevo. En la ventana sólo se divisaba un leve resplandor, nada más. E incluso mientras lo miraba, el resplandor disminuyó perceptiblemente. Esto concordaba con el hecho de que la luna se estuviera retirando y lanzó un suspiro de alivio. Era indudable que los acontecimientos de la tarde y de la noche le habían dado motivo para hallarse tan trastornado. Las inexplicables instrucciones de su tatarabuelo — se dijo— habían contribuido a ponerle en un estado de ánimo en que interpretaba erróneamente los datos que le proporcionaban la vista y el oído.

Por fin salió a dar el paseo que se había prometido. Pero, como la luna se acababa de poner y la noche había quedado totalmente oscura, no se internó en el bosque, como pensaba, sino que se limitó a pasear por el camino que conducía a la carretera general del Aylesbury Pike. Sin embargo, se hallaba en tal estado de ánimo que no podía liberarse de la impresión de que le seguían y en varias ocasiones miró furtivamente por entre los árboles que se agolpaban a los lados del camino, intentando distinguir el bulto de un animal o el fulgor de unos ojos que delatasen su presencia. Pero no vio nada. En el cielo sin luna brillaban cada vez más fuertes las estrellas.

Por fin el camino que seguía desembocó en la carretera del Aylesbury Pike. Sorprendentemente, la vista y el sonido de los coches que pasaban a toda velocidad le resultaron tranquilizadores. Pensó que vivía demasiado solo y que cualquier día invitaría a su primo Stephen Bates a pasar un par de semanas con él. Mientras reflexionaba inmóvil junto a la carretera divisó un leve resplandor anaranjado en el horizonte, por la parte de Dunwich, y creyó oír sonidos que podrían ser lejanos gritos de terror. Pensó que quizá se había incendiado alguno desvencijados edificios de madera que tanto abundaban en los alrededores de Dunwich, y esperó hasta que el resplandor pareció disminuir de intensidad. Después se dio la vuelta y regresó a casa por el mismo camino.

Por la noche se despertó con la abrumadora sensación de estar siendo observado, si bien, en medio de todo, con cierta inexplicable benevolencia. Durmió inquieto y, cuando se despertó, se sintió cansado y desasosegado, como si no hubiera dormido y hubiera pasado gran parte de la noche en pie. Su ropa, que había dejado cuidadosamente doblada en una silla al acostarse, estaba en el más completo desorden y él no recordaba haberse levantado de noche para desarreglaría.

Pese a no haber luz en la casa, Dewart tenía una pequeña radio de pilas que no solía usar con mucha frecuencia, rara vez para escuchar programas musicales, pero si boletines informativos, sobre todo una retransmisión matutina de noticias procedentes del Imperio británico, que satisfacía su latente nostalgia, pues se iniciaba con las conocidas campanadas del Big Ben y le traía muchos recuerdos de Londres, con sus nieblas amarillentas, antiguos edificios, extraños callejones y pasadizos llenos de colorido. Esta retransmisión iba precedida por un resumen de las principales noticias locales recogidas por la emisora de Boston y, aquella mañana, cuando Dewart puso la radio para oír su habitual programa de Londres, todavía estaba en antena el programa local. Hablaba de un crimen y Dewart lo escuchó distraído e impaciente. -...el cadáver ha sido descubierto hace una hora. En el momento de iniciarse este programa todavía no se había identificado, pero parece tratarse de un campesino. Tampoco se ha efectuado aún la autopsia, pero el cuerpo se halla tan mutilado y desgarrado que parece como si las Olas le hubieran golpeado durante horas contra las rompientes. Sin embargo, dado que el cuerpo ha sido hallado en la arena, lejos de donde llegan las olas, y que no está mojado, el crimen parece haber ocurrido en tierra. Parece como si el cuerpo hubiera sido arrojado o dejado caer desde un aeroplano. Uno de los médicos ha señalado ciertas similitudes entre este caso y una serie de crímenes cometidos hace más de un siglo en esta región.

Esta era, al parecer, la última noticia del programa local, pues inmediatamente después el locutor anunció la retransmisión desde Londres, que probablemente se efectuaba a través de Nueva York. Sin embargo, la noticia de aquel crimen local había afectado a Dewart de una forma muy singular. No era por naturaleza hombre que se dejara influir por tales cuestiones, aunque sentía cierto interés por la criminol ogía. Pero en este caso no pudo evitar el angustioso presentimiento de que el crimen de marras iba a tener imitadores, como los tuvieron Jack el Destripador o Troppmann. Apenas prestó atención a la retransmisión de Londres. Estaba demasiado ocupado en introspeccionarse. Llegó a la conclusión de que se había vuelto mucho más sensible a los ambientes, a las atmósferas, a los acontecimientos, desde que se había instalado en América. Le gustaría saber qué había sido de aquella distante frialdad que tan suya era cuando vivía en Inglaterra.

Aquella mañana había tenido intenciones de volver a examinar las instrucciones de su tatarabuelo y, después de desayunar, sacó el sobre de papel Manila y se puso a la obra, esforzándose por encontrar algún sentido a lo que allí había escrito. Se dedicó especialmente a estudiar las «reglas» o directrices, examinando detenidamente cada una de ellas. No podía impedir «que el agua deje de manar alrededor de la isla», porque desde hacía tiempo no corría por allí riachuelo alguno. En cuanto a «alterar la torre», suponía que ya lo había hecho al quitar la piedra colocada en el techo. ¿Pero qué diablos habría querido decir Alijah al conjurarle a no «implorar a las piedras»? ¿Qué piedras? Dewart no podía imaginar más piedras que aquellas que le habían recordado a Stonehenge. Si efectivamente de ellas se trataba, ¿por qué se había figurado Alijah que alguien pudiera implorarías como si poseyeran inteligencia? No consiguió explicárselo. Quizá pudiera aclarárselo su primo Stephen Bates, si se acordaba de enseñarle el documento cuando viniera.

Siguió adelante.

¿A qué «puerta» se refería su tatarabuelo? A decir verdad, toda la frase era un completo rompecabezas. «No ha de abrir la puerta que conduce a tiempo y lugar extraños ni invitar a El Que Acecha en el umbral ni invocar a las montañas». No entendía ni una palabra. Dewart pensó que, en cierto modo, la época actual, el presente, sería un « tiempo extraño» para Alijah. ¿Acaso éste pretendía, pues, dar a entender que él, Dewart, no debía intentar descubrir los secretos del pasado? No era imposible, pero, en tal caso, ¿qué quería decir con el «lugar extraño»? Lo de «El Que Acecha en el umbral» sonaba decididamente siniestro. Era innegable: sonaba siniestro y ominoso, tanto que el sonido de tales palabras debería ir acompañado por un golpe de platillos y el profundo retumbar de un trueno. ¿Y qué umbral? ¿Y quién era El? Y, por último, ¿qué rayos podía pretender Alijah al ordenar a su heredero que no invocara «a las montañas»? Dewart se imaginó a sí mismo o a otro cualquiera de pie en el bosque invocando a las montañas. No era exactamente una imagen cómica pero tenía algo de ridículo. También tendría que enseñarle esto al primo Stephen.

Pasó a examinar la tercera regla. Desde luego que no sentía el menor deseo de molestar a ranas, luciérnagas o chotacabras. Por lo tanto no había ningún riesgo de que contraviniera las instrucciones a este respecto. Pero «no vaya a abandonar cerrojos y defensas». ¡Cielo santo! ¿Podía haber algo más desconcertante, más inconcreto, más ambiguo? ¿Qué cerrojos? ¿Qué defensas? Era indudable que su tatarabuelo escribía enigmas. ¿Pretendía entonces que su heredero se esforzara en descifrar esos enigmas? ¿Y cómo descifrarlos en tal caso? ¿Desobedeciendo las reglas y esperando a ver qué pasaba? Realmente esta solución no parecía ni prudente ni eficaz.

Volvió a dejar el papel, cada vez más disgustado. Se sentía frustrado: cada paso que daba en su investigación le conducía a nuevos descubrimientos pero también a nuevos misterios. De los datos que había recogido era imposible sacar conclusiones, salvo que aquel maldito viejo se dedicaba sin la menor duda a alguna clase de actividad que no era desde luego bien mirada por la gente de la comarca. Dewart pensó que quizá fuera contrabando, que lo realizaría probablemente remontando el curso del Miskatonic y luego el del pequeño afluente que en sus días circundaba la islita de la torre.

Durante el resto del día, Dewart se ocupó de asuntos relativos al cargamento que había desempaquetado el día anterior. Tenía que rellenar impresos, pagar facturas y comprobar que no faltaba nada. Al examinar una lista de pertenencias de su madre, escrita por ella misma y que él no había visto hasta entonces, se encontró con que uno de los objetos enumerados era un «Pap. Cartas Bishop a A. P. B.». El apellido Bishop le hizo recordar inmediatamente a la vieja que había visitado en los alrededores de Dunwich. El paquete de cartas estaba a mano y lo cogió. Tenía como rótulo la inscripción «Cartas Bishop», escrita por una mano desconocida. La caligrafía era desigual y apenas legible, pero parecía enérgica.

Abrió el paquete y sacó cuatro cartas escritas según la moda de muchas décadas atrás. No llevaban sello sino una señal que indicaba que se habla pagado el franqueo, y en su día habían estado selladas, pues aún quedaban restos de lacre. La misma mano desconocida que había escrito el rótulo exterior del paquete también había numerado las cartas, de manera que podían leerse en orden correlativo. Dewart abrió la primera de ellas con todo cuidado. No iban metidas en sobres, sino que estaban escritas en un papel grueso y resistente que, al doblarlo y sellarlo, hacía las veces del mismo. La letra era tan menuda que resultaba difícil acostumbrarse a ella. Dewart miró las cartas una a una para ver en qué año habían sido escritas, pero no lo ponía. Una vez cumplidos estos preliminares se sentó a leerlas en orden.

Nuevo Dunnich, 27 Abril

Estimado amigo:

Con respecto a temas de los que ya hemos conversado, anoche vi un ser que tenía apariencia tal como la buscábamos y alas de substancia obscura y como serpientes recorriendo Su cuerpo mas unidas a El. Le llamé al Monte y Le contuve en el círculo, mas no sin gran trabajo y esfuerzo, que talmente parecía como si el circulo no fuera lo bastante poderoso para sujetar por mucho tiempo a uno de Esos. Intenté hablar con El, pero no lo conseguí del todo, aunque si entendí de su jerigonza que venía de Kadath, la del Desierto de Hielo que está cerca de esa Meseta de Leng que se menciona en el Libro. Diversas personas presenciaron el luego que encendí en el Monte y hablaron de él y entre ellas es seguro que por lo menos uno va a procurar molestarnos: se llama Wilbur Corey y es hombre que se tiene en gran estima a sí mismo, y curioso por naturaleza. ¡Ay de él si va al Monte cuando esté yo! Pero seguro estoy de que no irá. Me consumen la impaciencia y el deseo de profundizar cada vez más en esa ciencia de la que fue Maestro vuestro ilustre antepasado Rich. B., cuyo Nombre ha de quedar grabado para siempre en las piedras consagradas a Yogge Sothothe y todos los Primordiales. Celebro que os halléis de nuevo en las cercanías y espero visitaras en cuanto vuelva a disponer de mi Garañón, pues no me resigno a montar en otro. Hace pocas noches oí grandes gritos y alaridos que venían de vuestro Bosque y pensé que sin duda habíais regresado a Casa. En breve os haré una visita, si ello conviene a vuestra comodidad, y mientras tanto, Señor, me reitero vuestro humilde Servidor

Jonathan B.

Terminada la primera carta, Dewart pasó inmediata

mente a la segunda.

Nuevo Dunnich, 17 Mayo

Respetado Amigo:

Vuestra nota llegó a mi poder. Lamento que mis pobres esfuerzos os hayan acarreado dificultades, así como también a nosotros y a todos cuantos servimos a Aquel Que No Debe Ser Nombrado o a los Primordiales, pero lo que ocurrió fue que ese estúpido curioso de Wilbur Corey me sorprendió en medio de las piedras mientras celebraba una Ceremonia, ante lo cual gritó que yo era un Brujo y que me denunciaría. Profundamente alterado de oírle hablar así, solté sobre El a Aquel con quien me hallaba conversando, y quedó desgarrado y ensangrentado y fue arrebatado de mi vista, llevándoselo Aquel hacia el lugar de donde venia, mas no sé si le dejaría muy lejos o muy cerca, pero sí que no se le Volverá a ver por estas partes en condiciones de contar a nadie lo que vio y oyó. Confieso que lo que vi me llenó de espanto, y tanto más cuanto que no sé qué opinan de nosotros Los de Afuera y pienso con frecuencia que sólo están medianamente agradecidos por la salida que les proporcionamos Además, temo sobremanera que pueda haber Otros esperando Ahí Afuera y tengo razón en temerlo, pues no hace mucho que cierto anochecer, habiendo alterado levemente las palabras del Libro, vi durante un breve instante, y en el lugar de costumbre, Algo verdaderamente horrible. Era un Ser enorme y su Forma cambiaba constantemente que era espantoso de ver, e iba secundado por Seres menores que tocaban unos instrumentos parecidos a flautas y la música era la más extraña que he oído en mi vida y distinta de cualquier otra música, viendo y oyendo lo cual desistí lleno de espanto, y la aparición se desvaneció al momento. Quien fuera ese Ser, yo lo ignoro y tampoco se dice en el Libro palabra que lo explique, salvo que se trata de algún Demonio de Yr o de más allá de Nhhngr, que queda en la parte más lejana de Kadath, la del Desierto de Hielo, y os ruego me déis vuestro parecer sobre este asunto, y vuestro consejo, que no quisiera resultar destruido yo mismo antes de finalizar la búsqueda. Espero poder veros sin tardanza y me reitero, Señor, vuestro obediente Servidor por el Signo de Kish.

Jonathan B.

Es evidente que entre la segunda y la tercera carta había transcurrido un lapso de tiempo considerable, pues, aunque la tercera carecía de fecha, las referencias que en ella se hacían al tiempo atmosférico indicaban que había pasado por lo menos medio año.

Nuevo Dunnich

Respetado Hermano:

Me siento vivamente apremiado a explicar lo que descubrí anoche por azar en la nieve, que eran grandes huellas pero no de pies sino más bien como de garras gigantescas. Tendrían éstas como diámetro bastante más de un pie a lo ancho y mayor longitud aún, quizá dos pies, y su apariencia era la de que los dedos estaban unidos entre sí, al menos en parte, por membranas, y todo ello resultaba de lo más misterioso y extraño. Una de tales huellas fue descubierta por Olney Bowen, que había salido al bosque a cazar pavos, y al regresar contó lo que había visto y nadie le creyó excepto yo, que le escuché sin llamar la atención, enterándome de dónde había visto la huella y yendo luego yo en persona para verla con mis propios ojos. Y cuando hube visto la primera de ellas tuve el presentimiento de que encontraría otras más en la espesura de los bosques. Subí, pues, por entre los árboles y vi otras iguales en diversas partes, tal como me lo había figurado, y donde más había era por donde las piedras, que allí había muchas, pero no divisé criatura viva en los alrededores, mas estudiando las huellas llegué a la conclusión de que pertenecían a seres alados, pues las huellas quedaban tal como si las hubieran dejado criaturas dotadas de alas. Hice la circunferencia en torno a las piedras y la prolongué para darle mayor amplitud, hasta que me topé con las huellas de un muchacho y las seguí, observando que las huellas de dicho muchacho se espaciaban entre sí como si se hubiera echado a correr, ante lo cual quedé sobrecogido y alarmado. Y razón tenía de estarlo, pues las huellas terminaban en la linde del bosque, ya en la otra vertiente del Monte, y vi en la nieve una escopeta, varias plumas de pavo y una gorra que me sirvieron para identificar a Jedediah Tyndal, de catorce años. Inquiriendo esta mañana acerca de él, me enteré de que faltaba, como yo me temía. Tras de lo cual juzgué que había debido quedar alguna clase de Grieta por donde había entrado Algo, pero no sé Quién podía ser y os ruego que, si lo sabéis, me indiquéis en qué parte del Libro vienen las palabras para hacer que se vuelva al lugar de donde procede, aunque diriase, por la cantidad de huellas, que había más de uno, y todos de buen tamaño, mas no sé si eran invisibles o no, pues nadie los ha visto, ni yo tampoco, y desearía saber en especial si es posible que sean servidores de N. o de Yogge Sothothe o de Algún Otro y sí os ha ocurrido algo parecido alguna vez. Os ruego encarecidamente que os deis prisa, no vayan a causar más daño esos Seres, que parecen bebedores de sangre como los otros y nadie es capaz de adivinar cuando van a volver a salir por la Grieta para cazar a la gente y alimentarse de ella.

Yogge Sothothe Neblod Zin

Jonathan B.

La cuarta carta era en cierto modo la más terrorífica. Las tres primeras le habían dejado helado de espanto, pero la cuarta sugería horrores intolerables, aunque no por lo que decía textualmente, sino por sus implicaciones.

N.° Dunnich, 7 Abril

Respetado y Querido Amigo:

Mientras me preparaba anoche para dormir oí a Aquél que se llegó a mi ventana, llamándome por mi Nombre y prometiéndome venir por mí. Mas me atreví a levantarme en la oscuridad y a acercarme a dicha ventana; y al mirar a través del cristal y no ver nada, la abrí y al momento olí un hedor tan insoportable a putrefacción, que caí hacia atrás. Y en esto que Algo entró por la ventana y me tocó en la cara. Era como una substancia de gelatina, escamosa en partes y tan asquerosa de tocar que casi perdí mis sentidos, quedando aturdido durante un tiempo que no sé calcular. Por fin cerré la ventana y volví al lecho, pero apenas me había metido entre las sábanas que la casa entera empezó a retemblar y descubrí que ello se debía a que la propia Tierra retemblaba como si Algo enorme caminara pesadamente por los alrededores, muy cerca de la casa. Y una vez más oí que me llamaba por mi Nombre y me hacía la misma promesa, a lo cual no di respuesta alguna mas pensé ¿qué he hecho? Primero se presentaron las criaturas aladas de N., salidas de la grieta que había quedado por culpa de haber usado incorrectamente las palabras del Arabe, y ahora aparece este Ser, del cual no tenía conocimiento, salvo que sea ese Caminante de los Vientos al que otros conocen por Nombres diversos, a saber: Windeego, Ithaka o Loegar, a quien jamás he visto y acaso no vea jamás. Me encuentro muy trastornado de espíritu, pues temo que cuando implore a las piedras e invoque a los Montes, no sea N. el que acuda, ni tampoco C., sino este otro que pronunciaba mi Nombre con acentos que no son de este Mundo. Y si esto llegare a suceder, os imploro que vengáis, aun de noche, y cerréis el portal, no vayan a entrar otros que no deben andar entre los hombres, pues la malignidad de los Grandes Primordiales es excesiva para seres como nosotros, pues ni aun los Dioses Ancestrales los destruyeron, sino que los aprisionaron en esos espacios y en esas profundidades que pueden alcanzarse mediante el uso de las piedras cuando llega el tiempo en que la Luna y las Estrellas se sitúan en posición. Creo que me encuentro en Peligro Mortal y celebrara que no fuera así, pero he oído mi Nombre llamado en la Noche por un Ser que no es de este Mundo y temo con fundamento que mi hora ha llegado. No leí vuestra carta con suficiente cuidado, pues interpreté incorrectamente vuestras palabras cuando decíais: «No invoques a Ninguno que a su vez pueda llamar algún poder contra ti, que con él no sirvan de nada tus más poderosos Artificios. Llama siempre a los menores, no vayan a querer los Mayores dar Respuesta y manden más que tú. »Pero si he cometido error en esta Causa, os ruego encarecidamente que lo remediéis si es tiempo. Vuestro Obediente Servidor en el servicio de N.

Jonathan B.



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Sueños del Soñador de Providence