I love Lovecraft

Ha pasado poco tiempo desde que me encontré a Lovecraft en la red -tan solo siete años- desde entonces, gracias a Ernest empecé a leerlo y tiempo después -cuando ya no podía dejar de leer- empecé a recopilar sus relatos; tuve algunos problemas porque algunos de ellos están perdidos y otros simplemente no se encuentran con tanta facilidad en la red.

Algunos participantes del foro de Ciberanika me enviaron desde España libros de Lovecraft -Gracias por eso- y tiempo después empecé a buscar en el fondo de las tiendas y librerías de mi ciudad y encontré uno que otro, algunos con relatos repetidos y pastas maltratadas. Las mini Ferias del Libro también han ayudado mucho en mi búsqueda y los viajes que he tenido oportunidad de hacer.

Actualmente tengo un pequeño ''altar'' a Cthulhu, el personaje más reconocido y popular de Lovecraft, así como un tatuaje del mismo en mi tobillo.



A algunos les pareció exagerado, tonto y a otros simplemente no les gustó, pero Lovecraft me inspiró para mis historias y me invitó a un mundo maravilloso con paisajes inimaginables y seres fascinantes. Su redacción y su creatividad me maravillan desde que leí 'La Sombra Sobre Innsmouth' hace años, rescató una parte de mi personalidad que pendía de un hilo y que a punto estuve de perder.



Ahora quiero compartir los relatos con ustedes, sin ánimo de lucrar o ganar algo, solamente de guardar -porque mi pc puede fenecer en cualquier momento- y de invitarlos a entrar en Innsmouth o Dunwich, a soñar en la casa de la bruja o a llamar al gran Cthulhu que yace dormido en la profundidad del mar.

Bienvenidos.

Eyra Garibay Wong

Buscas algún relato en especial?

jueves, 24 de julio de 2008

EL QUE ACECHA EN EL UMBRAL (Colaboración August Derleth) 2a Parte

Del relato se desprendía que el indio era callado y poco comunicativo, excepto cuando relataba al niño algunas leyendas de su tribu, en cuyo caso se volvía locuaz. El niño era imaginativo y se complacía en la compañía del indio, a pesar de su talante, anotando a veces en el diario algunos de los relatos que le contaba. A medida que avanzaba el diario, se veía también que el indio ejecutaba para Alijah ciertos trabajos «después de la hora de cenar».

Hacia la mitad del diario faltaban varias páginas que habían sido arrancadas, por lo que existía una laguna en la relación manuscrita por Laban. Inmediatamente después venía una anotación fechada el diecisiete de marzo (aunque sin precisar de qué año), que Dewart leyó con creciente interés, pues la ausencia de las páginas precedentes subrayaba la importancia de su contenido.

«Hoy, después de la última hora de estudio, salimos a la nieve y Quamis se fue por la marisma y yo me quedé esperándole en un árbol caído, que no me gustaba mucho, y me pareció que sería mejor seguirle. Conque seguí las huellas que había dejado en la nieve, que había caído por la noche, y le encontré otra vez donde padre nos había prohibido que fuéramos, o sea, en la orilla del arroyo que pasa por donde la torre. Estaba de rodillas y tenía los brazos levantados y decía en voz alta palabras de su idioma, que yo no lo entiendo porque me lo han enseñado muy poco, pero decía una cosa que sonaba como Narlato o Narlotep. Yo le iba a llamar, pero me vio e inmediatamente se puso en pie y vino adonde yo estaba y me cogió de la mano y me llevó lejos de allí. Entonces le pregunté si estaba rezando o qué, y que por qué no iba a rezar a la capilla que habían hecho unos blancos que se llamaban misioneros para que fueran los indios; pero no me contestó y sólo me dijo que no dijera a mi padre dónde habíamos estado, porque si se lo decía le castigarían a él por haber ido a ese sitio, que se lo tenía prohibido su amo. Pero ese sitio está pelado, entre rocas, y es difícil llegar hasta allí porque está rodeado de agua y a mí no me interesa y no sé qué ve allí Quamis para que se atreva a desobedecer las órdenes de padre. »

Durante los dos días siguientes no había sino anotaciones carentes de interés, pero a continuación figuraba una frase velada que daba a entender que Alijah había descubierto, y castigado, la desobediencia del indio, aunque el chiquillo no mencionaba en qué había consistido el castigo. Tras siete anotaciones más, banales todas ellas, el diario volvía a hacer referencia al «sitio prohibido». En esta ocasión, el niño y el indio habían sido sorprendidos por una súbita tormenta de nieve y se habían extraviado. Fueron a trompicones de un lado para otro, pues la capa de nieve era muy espesa y el sol de finales de marzo la había ablandado. Los copos se les metían en los ojos y cayeron varias veces al suelo antes de darse cuenta de que se hallaban «en un sitio que yo no conocía, pero Quamis dio un grito muy fuerte y me llevó a rastras de allí y yo me había dado cuenta de que estábamos junto al arroyo que pasa por la isla de las piedras y la torre, pero habíamos llegado por la parte de allá. No me explico cómo habíamos llegado allí, porque habíamos salido en dirección contraria, hacia el Este, pues queríamos ir dando un paseo hacia el río Miskatonic, pero la nieve había empezado a caer tan de repente que debía habernos confundido y nos habíamos desorientado. A Quamis se le veía con tanta prisa y tanto miedo que le volví a preguntar por qué se asustaba, pero me contestó lo mismo que la otra vez, o sea, que a padre “no le gusta”. Quiere decir que no le gusta que yo vaya por allí, aunque me deja ir a correr por los demás sitios de la finca y también me deja, ir a Arkham, pero me tiene prohibido ir hacia Dunwich e Innsmouth y tampoco debo detenerme en la aldea india que hay en las montañas de detrás de Dunwich».

Después no volvía a hacerse referencia a la torre, pero en cambio encontré ciertos párrafos que me resultaron interesantes. Tres días después de las anotaciones relativas a la tormenta de nieve, el niño dejó constancia de que se habla producido un rápido ‘deshielo que «se llevó toda la nieve de la tierra». Y aquella noche, según anotó a la mañana siguiente, «me despertaron extraños sonidos que venían de las colinas, como grandes gritos, y me levanté y fui a mirar primero por la ventana que da a levante y allí no vi nada, y luego fui a mirar por la que da a mediodía y allí tampoco vi nada; y entonces reuní todo mi valor y salí de mi cuarto sin hacer ruido, atravesé todo el vestíbulo y llamé a la puerta del cuarto de mi padre, pero no me contestó y yo creí que no me había oído. Conque me atreví a abrir la puerta y entré en la habitación. Me fui derecho a la cama y me quedé muy sorprendido al ver que no estaba allí ni tampoco había señales de que hubiera estado acostado en la cama aquella noche. Entonces miré por casualidad por la ventana de su cuarto, que da a poniente, y me di cuenta de que había como una especie de resplandor azul o verdoso que salía por encima de los árboles que hay en la hoya que forman allí las colinas hacia poniente, y me quedé asombrado, pues de esa dirección venían los sonidos que había oído, y que los seguía oyendo, que eran como grandes gritos, pero no gritos humanos ni tampoco de ningún animal que yo conociera. Y, mientras estaba allí, en la ventana medio abierta, paralizado de miedo y asombro, me pareció que de lejos venían otras voces parecidas, de la parte de Dunwich o Innsmouth, que se quedaban en el aire como un eco. Al cabo de un rato se fueron callando las voces y también desapareció el resplandor del cielo. Me fui a la cama; pero esta mañana, cuando vino Quamis, le pregunté qué era lo que había hecho tanto ruido por la noche, a lo que me contestó que yo había estado soñando y que él no sabía nada, pero que de todas maneras no se lo contara a padre, y que me lo guardara para mí solo. Conque tampoco le dije lo que había visto, que bastante asustado estaba ya el pobre, como si mi padre fuera a oír lo que estábamos hablando. Estuve a punto de decirle que estaba preocupado por mi padre, que no estaba en su habitación, pero por lo que dijo Quamis, resulta que mi padre sí que estaba en casa, y además en su habitación, que se había quedado a dormir hasta muy tarde. Conque hice como si me olvidara de lo que había oído y visto, como me había dicho Quamis, y vi que Quamis se quedaba tan tranquilo y ya no parecía tan asustado».

Durante los quince días siguientes, las anotaciones de Laban se referían a asuntos banales, como sus estudios o sus lecturas. Luego volvía a aparecer otra referencia misteriosa, breve esta vez, pero aguda: «Parece que los ruidos vienen de poniente, pero estoy seguro de que los contesta otro grito que viene de levante, o sea, de Dunwich o de los campos incultos de alrededor.» De nuevo, al cabo de cuatro días, el chiquillo escribió que, poco después de haberse acostado, se levantó de la cama para ver la luna nueva y vio a su padre fuera de la casa. «Iba con Quamis y llevaban algo entre los dos, pero no me pude dar cuenta de lo que era. En seguida desaparecieron por la esquina de la casa, hacia levante, y yo me fui al cuarto de mi padre a mirar si los veía, pero no los vi aunque sí oí la voz de mi padre que venía del bosque.» Aquella misma noche, a altas horas, había despertado de nuevo por «grandes ruidos, como los de antes, y me quedé en la cama escuchándolos, y me di cuenta de que a veces formaban como una especie de cántico y otras veces eran chillidos destemplados y terribles que daba miedo oírlos». Durante algún tiempo después había anotado observaciones análogas y de ese modo transcurrió casi un año.

Su penúltima anotación era extraordinariamente intrigante. Durante toda la noche el niño había estado oyendo los «grandes ruidos» de las colinas y le parecía que todo el mundo tenía que estar oyendo aquellas voces que se alzaban en las lúgubres tinieblas. Por la mañana «no vi a Quamis y pregunté por él. Me dijeron que Quamis se había ido y que no volverla y que nosotros también nos iríamos antes de que volviera a ser de noche. Que llevaríamos muy poco equipaje y que fuera preparando mis cosas. Mi padre parecía tener unas ganas terribles de irse, aunque no decía adónde. Pero yo suponía que nos íbamos a ir a Arkham o, como mucho, a Boston o Concord y no se lo pregunté. Me apresuré a obedecerle, sin saber qué coger para llevarme y por fin he cogido cosas que me pueden hacer falta en un viaje, como pantalones limpios y cosas así. Estoy muy preocupado por la prisa de mi padre, que quiere que nos vayamos a media tarde como mucho y dice que le quedan muchas cosas que hacer antes de irnos. Pero sí ha tenido tiempo de preguntarme varias veces si estaba preparado, si había terminado de hacer mi equipaje y cosas así».

La última anotación del diario, tras de la cual sólo quedaban algunas páginas en blanco, había sido escrito aquella misma tarde: «Mi padre dice que nos vamos a Inglaterra. Atravesaremos el océano en un barco e iremos a visitar a los parientes que tenemos en ese país. Ya es media tarde y padre casi ha terminado ya de hacer sus cosas.» A continuación, con una caligrafía ornamental, había añadido: «Este es el diario de Laban Billington, hijo de Alijah y de Lavinia Billington, de once años cumplidos hoy hace una semana.»

Dewart cerró el libro con cierta perplejidad y, sin embargo, lleno de interés. Tras las insólitas palabras que allí había escrito el muchacho se ocultaba un enigma trascendental, del cual desgraciadamente el niño no había averiguado lo suficiente para proporcionar a Dewart ninguna pista útil. La escueta narración, sin embargo, contenía datos que explicaban por qué en la casa habían quedado libros y documentos que lógicamente no deberían estar allí. En efecto, la apresurada partida de Alijah y su vástago no le habla permitido preparar la casa para una larga ausencia. Tampoco había ninguna indicación, por otra parte, de que Alijah tuviera intención de regresar; pero debió pensar que no era muy posible que así fuera, pese a llevarse tan pocas cosas consigo.

Dewart volvió a tomar el diario y lo hojeó rápidamente, releyendo párrafos aquí y allá, y de este modo tropezó con otra misteriosa anotación en la que antes no había reparado por hallarse en medio de unos párrafos, aparentemente banales, dedicados a describir con cierto detalle una visita que el niño había realizado a Arkham en compañía del indio Quamis. «Me extrañó mucho que en todas partes nos trataban con mucho respeto y casi con miedo. Los comerciantes eran con nosotros más obsequiosos de lo normal y nadie se metió con Quamis como suelen meterse con los indios por las calles de las ciudades. Una o dos veces me di cuenta de que había unas viejas hablando de nosotros en voz baja y oí que decían la palabra Billington con un tono que parecía como si no fuese un apellido decente, porque lo decían con desconfianza, y no me equivoco ni mucho menos porque lo oí muy bien, pero al volver a casa Quamis me dijo que me lo había imaginado.»

Así, pues, el viejo Billington era temido o mal mirado y lo mismo sucedía a cualquier otra persona relacionada con él. Este descubrimiento adicional provocó en Dewart un estado de excitación casi febril. Aquélla era una aventura fantástica que no se parecía nada a las habituales investigaciones genealógicas. Allí había un misterio profundo e insondable, algo fuera de lo común y ajeno a toda rutina. Estimulado por el aroma del misterio, Dewart se sentía dominado por la emoción de la caza.

Avidamente se lanzó al cúmulo de papeles y documentos, pero no tardó en sentirse vivamente decepcionado, pues la mayoría de ellos parecía referirse a materiales de construcción y contratos de trabajo, y algunos otros a listas de libros que Alijah Billington había comprado en ciertas librerías de Londres, París, Praga y Roma. Casi había alcanzado el punto culminante de su desilusión cuando, por casualidad, topó con un manuscrito apenas legible que llevaba un título de lo más sugerente: De las malignas brujerías llevadas a cabo en Nueva Inglaterra por Demonios sin Forma Humana. Parecía haber sido copiado de un original perdido, o que al menos no se hallaba allí, y era evidente que no todo el original había sido copiado y que no todo lo copiado resultaba inteligible. Sin embargo, el documento podía descifrarse en líneas generales, si bien merced a esfuerzos considerables. Dewart lo fue leyendo lentamente, con muchas dudas y vacilaciones y parándose a menudo a reflexionar. Pero el texto le fascinó de tal manera que cogió papel y pluma y se puso copiarlo laboriosamente. El manuscrito empezaba, por lo visto, en mitad del original.

«Mas para no hablar demasiado Extensamente de tan hórrida cuestión, sólo añadiré lo que suele referirse acerca de un Suceso ocurrido en Nuevo Dunnich cincuenta años ha, en los tiempos en que Mr. Bradford era Gobernador. Dícese que cierto Richard Billington, habiendo sido instruido en parte por Malos Libros y en parte por un antiguo Mago de los Indios Salvajes, tanto se alejó de las buenas Costumbres Cristianas que no sólo se declaraba Inmortal en la carne sino que construyó en los bosques un vasto Redondel de Piedras en cuyo interior decía Oraciones al Diablo y lo llamaba Espacio de Dragón y cantaba ciertos Ritos de Magia que son abominados por las Sagradas Escrituras. Habiendo llegado estos Hechos a conocimiento de los Magistrados, negó todo trato Blasfemo, mas al poco tiempo mostró en privado signos de gran Temor por alguna Cosa, que él mismo la había invocado de Noche y había bajado de las Alturas en horas de Oscuridad. En aquel año se cometieron siete muertes violentas en los bosques próximos las Piedras de Richard Billington y los muertos estaban todo quebrados y deshechos como nunca ha sido visto por el Hombre. Cuando se dijo de hacer un Juicio, Billington se perdió de Vista y no volvió a oírse Palabra acerca de él. A los dos meses de entonces, de Noche, oyóse una Banda de Salvajes Wampanaug que vino con Cánticos y Aullidos a estos Bosques y es de parecer que tiraron Abajo el Circulo de Piedras e hicieron muchas más cosas además. Al poco, su Jefe Misquamacus, que era aquel Mago de quien Billington había aprendido algunas de sus Brujerías, se vino a la ciudad y relató a Mr. Bradford algunas Cosas extrañas: a saber, que Billington había cometido un Daño que no podía repararse por completo y que a no dudar había sido devorado por una Cosa que él había hecho bajar del cielo mediante Conjuros e Invocaciones. Y dijo que no existía ningún Medio de devolverla al Sitio de donde había Venido, visto lo cual el Sabio Wampanaug la había capturado y aprisionado en el Lugar donde anteriormente se había alzado el Círculo de Piedras.

»Habían cavado tres Anas de profundidad y dos de ancho y Allí habían hechizado al Demonio con Hechizos de ellos sabidos, y lo habían cubierto con (aquí venía un renglón ilegible)... labrado el que denominan Signo Ancestral. En éste, ellos... (de nuevo había unas cuantas palabras ilegibles)... extraído del Abismo. El anciano Salvaje afirmaba que en Modo alguno debía alterarse o tocarse este lugar, no fuera a quedar suelto otra vez el Demonio, lo cual sucedería si se quitaba del Lugar la Piedra plana que llevaba labrado el Signo Ancestral. Habiendo sido interrogado sobre la forma que tiene el Demonio, Misquamacus se cubrió el Rostro salvo los Ojos e hizo una Narración muy curiosa y Detallada, diciendo que a veces es pequeño y sólido como un enorme Sapo del Tamaño de muchos Tejones juntos y otras veces grande y nebuloso, sin Forma, pero con un Rostro lleno de Serpientes.

»Se llama Ossadagowah, que significaba (esta palabra había sido corregida para dejarla en “significa”) el hijo de Sadogowah, y se le tiene por un Espíritu Espantoso del que los Antiguos decían que había venido de las Estrellas y habla sido adorado anteriormente en las Tierras del Norte. Los Wampanaug y los Nanset y los Nahriganset sabían cómo hacerlo bajar del Cielo pero nunca lo hicieron, pues conocían Su gran Malignidad. También sabían cómo capturarlo y aprisionarlo, pero no sabían cómo hacerlo volver al Lugar de donde venía. Se declaró que las antiguas Tribus de Larnah, que vivían bajo la Osa Mayor y habían sido destruidas hace mucho tiempo por su Maldad, sabían cómo tratar con El en todos Sentidos. Muchos hombres presuntuosos decían poseer Conocimiento de estos y otros Secretos Exteriores, pero ninguno en Estas Partes pudo dar Prueba alguna de dicho Conocimiento. Decían algunos que Ossadogowab a veces regresaba al Cielo por propia voluntad sin que nadie le enviara, pero que no podía bajar a la Tierra si no era Invocado.

»Todo esto dijo el anciano Brujo Misquamacus a Mr. Bradford, y desde entonces Nadie ha vuelto a tocar el Montículo que hay en los Bosques cerca de la Charca, al sudoeste de Nuevo Dunnich, y lo han dejado en Paz. En estos veinte años ha desaparecido la Piedra Alta, pero el Montículo está señalado por la Circunstancia de que ni hierba ni arbusto crecen en él. Gentes serias dudan que el malvado Billington fuera devorado, como creen los Salvajes, por lo que él mismo invocara en el Cielo Nocturno y algunos Ociosos refieren que ha sido visto en diversos lugares. El Mago Misquamacus dijo que no desconfiaba de que Billington hubiera sido Arrebatado, mas no diría que había sido devorado como creen otros de entre los Salvajes, pero si afirmaba que Billington ya no estaba en esta Tierra, por lo que había que dar Gracias a Dios.»

Como apéndice de este curioso documento figuraba una nota garrapateada evidentemente a toda prisa que decía: «Cf. Prod. Tau. del Rev. Ward Philips.» Dewart supuso acertadamente que debía tratarse de alguna referencia a uno de los libros de la biblioteca. Sin pérdida de tiempo acercó la lámpara a las estanterías y se puso a examinar los títulos de los volúmenes. Había una notable diversidad de obras y la mayoría le eran totalmente desconocidas. Allí estaban la Ars Magna et Ultima de Lulio, la Clavis Alchimiae de Fludd, el Liber Ivonis, obras de Alberto Magno, la Clave de la Sabiduría de Artephous, los CuItes des Goules del conde d’Erlette, De Vermis Mysteriis de Ludvig Prinn y otros muchos volúmenes deteriorados por los años y relacionados con la filosofía, la taumaturgia, la demonología, la cábala, las matemáticas y temas afines, entre ellos varios tomos de Paracelso y Hermes Trismegisto que tenían señales de haber sido muy usados. Fascinado por estos títulos pero decidido a dominar su deseo de sacarlos uno a uno para examinarlos, Dewart tardó algún tiempo en descubrir el libro que buscaba. Por fin lo encontró, casi escondido en un rincón de una estantería situada a cierta distancia de donde él había estado sentado.

Se titulaba Prodigios Taumatúrgicos Ocurridos en el Canaán de Nueva Inglaterra y su autor era el Rev. Ward Phillips, descrito en el frontispicio de la obra como «Pastor de la Segunda Iglesia de Arkham, en la Bahía de Massachussetts». El volumen era sin duda una reimpresión de una obra anterior, pues estaba fechado en Boston en el año 1801. No era un volumen precisamente delgado y Dewart supuso que el Rev. Ward Phillips, al igual que muchos clérigos, había sido incapaz de reprimir sus afanes moralizadores mientras desarrollaba sus tesis. El libro carecía de índices o registros y, como se acercaba la medianoche, Dewart no sintió ningún entusiasmo ante la perspectiva de mirar página por página todo aquel volumen, que además había sido imprimido con eses largas y otros signos tipográficos en desuso que dificultaban su lectura. En cambio, se le ocurrió la brillante idea de que, si Alijah Billington había usado mucho ese volumen lo más probable es que la encuadernación del lomo hubiera cedido por algunas partes y el libro se abriera solo por las páginas que su dueño soliera consultar con más frecuencia. Llevó, pues, el libro y el quinqué a la mesa y tras depositar éste en un lugar conveniente, colocó el libro sobre su desgastado lomo de piel y dejó que se abriera por sí mismo, lo que efectivamente ocurrió, tras ayudarle con unos golpecitos, por un lugar correspondiente aproximadamente a los dos tercios de su grosor.

Estaba impreso en una imitación de letra gótica que resultaba un tanto extraña pero que no era tan difícil de leer como el documento que Dewart acababa de descifrar. Además había una nota escrita al margen —Cf. narr. de Rich. Billington— que indicaba sin ninguna duda que aquél era el pasaje que buscaba. No era muy largo, aunque de índole episódica, y no iba precedido ni seguido por ningún párrafo especialmente relacionado con el tema, pues el Rev. Ward Phillips había aprovechado la ocasión para endilgar un breve sermón sobre los «daños de asociarse con Demonios, Familiares & Demás». Pero el pasaje en sí era extrañamente inquietante.

«Pero con respecto a la General Infamia; ningún Informe más terrible ha llegado a mi Conocimiento que el relativo a lo que la Dama Doten, Viuda de John Doten de Duxbury, en las Antiguas Colonias, trajo de los Bosques de la Candelaria de 1787. Afirmaba esta Dama, como asimismo sus vecinas, que el Monstruo le había nacido a ella y declaró bajo juramento que no sabía de qué forma había Ocurrido, pues no era Bestia ni Hombre sino una especie de Murciélago con rostro humano. No emitía sonido alguno pero lo miraba todo con ojos funestos. Había, sin embargo, quienes aseguraban que se parecía horriblemente al Rostro de un fallecido de antiguo llamado Richard Bellingham o Bollinhan, de quien se afirma que desapareció por completo tras asociarse con Demonios en la comarca de Nuevo Dunnich. La horrible Bestia Humana fue examinada por el Tribunal y quemaron a la bruja por Orden del Sherif Superior el 5 de junio del año 1788.»

Dcwart volvió a leer varias veces este pasaje. Contenía ciertas implicaciones pero ninguna estaba clara. En circunstancias ordinarias tales implicaciones podrían haber sido pasadas por alto; pero leídas inmediatamente después de lo que Alijah habla titulado «narr. de Rich. Bíllington», y de la aparición del nombre «Richard Bellingham o Bollinhan», apuntaban sin equivocación posible a Richard Billington. Desgraciadamente, por mucho que se esforzó Dewart; fue incapaz de imaginar ninguna explicación del enigma. El pasaje del Rey. Ward Phillips podía sugerir que un tal Richard Bellingham, suponiendo que fuera Richard Billington, no había sido destruido —«devorado por una Cosa que él había hecho bajar del cielo mediante Conjuros e Invocaciones»— como creía la superstición popular, sino que se había internado con sus malignas prácticas en las profundidades del bosque, cerca de Duxbury, y allí había engendrado un linaje secundario cuyo último descendiente había sido el monstruo descrito por el reverendo. Por otra parte, cuando la Dama Doten trajera al mundo al horrible mutante todavía no había transcurrido un siglo desde los tristemente célebres juicios de brujas, y bien pudiera ser que las supersticiones de aquella época todavía siguieran arraigadas entre los incrédulos, clérigos o laicos, que vivían por entonces en la zona de Duxbury y «Nuevo Dunnich», que seguramente era el pueblo que ahora se llamaba Dunwich y que efectivamente se hallaba en la misma comarca.

Dewart se fue a la cama excitado y deseoso de proseguir sus investigaciones. Sin embargo; cayó dormido en seguida, aunque, como había sospechado, se pasó las horas nocturnas soñando con extrañas criaturas parecidas a serpientes y murciélagos. En cambio, sólo se despertó una vez en toda la noche. Durante unos momentos tuvo la clarísima sensación de que le estaban vigilando desde arriba. Pero no le fue difícil apartar estas fantasías y volverse a dormir.

A la mañana siguiente, considerablemente repuesto por el descanso, Amhrose Dewart se lanzó a descubrir todo lo que pudiera de su antepasado Alijah en otras fuentes que su propia biblioteca. Cogió el coche y se fue a Arkham, centro urbano que siempre le recordaba a ciertos pueblecitos antiguos de Inglaterra, y allí se recreó en sus puntiagudos tejados apiñados, llenos de ventanucos y buhardillas, en sus portales de montante semicircular y en los estrechos callejones, paralelos al Miskatonic, que conducían de calles escondidas a olvidadas plazoletas; Inició su búsqueda en la Biblioteca de la Universidad del Miskatonic, donde consultó los preciados volúmenes encuadernados del Arkham Advertiser y la Arkham Gazette de hacía un siglo.

La mañana era clara y brillante y Dewart disponía de todo el tiempo que le hiciera falta. En muchos aspectos, Dewart era un investigador nato; se lanzaba a las investigaciones lleno, de entusiasmo, aunque rara vez las proseguía hasta el final. Se acomodó en un rincón lleno de luz, con una mesa de lectura para él solo, y comenzó a recorrer pausadamente los semanarios de cuando vivía su tatarabuelo, que estaban llenos de noticias curiosas que llamaban su atención y le hicieron olvidarse varias veces del tema que había ido a investigar. Recorrió los números correspondientes a varios meses antes de dar con el nombre de su antepasado, y por pura casualidad, pues él lo había estado buscando en las columnas de noticias y donde lo encontró fue en la sección de cartas al director. Su comunicación era corta y ruda.

«Señor: he leído en su periódico una noticia firmada por un tal John Druven, Esq., sobre cierto libro del que es autor el Rey. Ward Phillips de Arkham, la cual noticia habla de dicho libro en términos muy elogiosos. Cuenta me doy de que es costumbre dedicar finas palabras a los miembros del clero, pero John Druven Esq. habría hecho mayor favor al Rey. Ward Phillips si hubiera señalado que hay cosas en la existencia que es mejor dejar en paz y mantenerlas alejadas de las habladurías del vulgo. Su seguro servidor, Alijah Billington.»

Inmediatamente Dewart se puso a buscar la contestación y la encontró en el número de la semana siguiente.

«Señor: dícese que el comunicante Alijah Bi]lington sabe perfectamente de qué escribe. He leído el libro y le estoy agradecido, declarándome, pues, por partida doble su obediente servidor en nombre de Dios. Rev. Ward Phillips.»

No encontró más comunicaciones de Alijah, aunque las buscó minuciosamente en muchos números siguientes. A pesar de sus afanes moralizadores, el Rev. Ward Phillips no parecía menos templado que Alijah Billington. Luego pasó cierto tiempo sin hallar mención alguna del nombre de Billington, transcurriendo varias horas — y varios años del Advertíser y la Gazette— aptes de verlo citado de nuevo. Se trataba esta vez de una breve noticia.

«El Sherif Superior se sirve notificar a Alijah Billington, domiciliado cerca de Aylesbury Pike, que cese y desista de los trabajos en que ocupa sus noches en especial que haga cesar los ruidos que allí se producen. El Squire Billington ha solicitado ser escuchado por el Tribunal del Condado que se reunirá en Arkham el mes próximo.»

No venía ninguna otra noticia sobre el tema hasta que Alijah Billington se presentó ante los magistrados.

«El acusado Alijah Billington declaró que no ocupa sus noches en trabajo alguno, que él no produce ruidos ni los origina de ninguna otra forma, que respeta las leyes del Estado y que desafía a cualquiera a que demuestre lo contrario. Se presentó a sí mismo como víctima de personas supersticiosas que querían causarle molestias y que no comprendían que viviera solo desde que falleciera su llorada esposa hacía siete años. No permitió que su criado indio Quamis, fuera citado a declarar. En repetidas ocasiones reclamó la presencia de su denunciante, pero se observó que éste no deseaba comparecer y, al no presentarse nadie, el mencionado Alijah Billington quedó justificado y se ordenó la invalidación de la noticia divulgada por el Sherif Superior.»

Era evidente que los «ruidos» mencionados en el diario del niño Laban no habían sido fruto de su imaginación. Este incidente sugería además que quienes habían presentado la denuncia contra Alijah Billington temían enfrentarse directamente con él. Pero daba la sensación de que en este temor había algo más que la habitual repugnancia de los calumniadores a verse cara a cara con la víctima de su calumnia. Si el niño había oído los ruidos y el anónimo denunciante también, era evidente que otras personas tenían que haberlos oído. Pero nadie se atrevió a declarar que había oído ruidos ni a imputárselos a Alijah Billington. No cabía duda de que Billington inspiraba temor, si no miedo. Probablemente había sido un hombre directo y osado que podía llegar a la agresividad, sobre todo en defensa propia. A Dewart esto le pareció digno de encomio y excitó aún más su interés por el creciente misterio. Supuso que el asunto de los ruidos recibiría a partir de entonces mayor atención de la prensa y, en cierto modo, así fue, en efecto.

Al cabo de un mes escaso apareció en la Gazette una carta bastante impertinente de un tal John Druven, que probablemente era el autor de la reseña del libro del Rev. Ward Phillips. Sin duda había debido sentirse ofendido por el seco comentario crítico de Alijah Billington y a continuación se interesaba por los disgustos de Billington con el Sherif Superior.

«Señor: con ocasión de un paseo que di esta semana por el oeste y noroeste de Arkham, la noche me sorprendí en los bosques próximos a Aylesbury Pike conocidos con el nombre de Bosque de Billington. Mientras me esforzaba en orientarme para salir de allí, percibí no mucho después de caída la oscuridad un terrible sonido sobre cuya índole me siento incapaz de dar explicaciones, el cual provenía al parecer de los pantanos que se extienden detrás de la casa de Alijah Billington. Durante algún rato permanecí escuchando el mencionado clamor, que me alteró sobremanera, pues en algunos momentos me pareció reconocer en él los inconfundibles de una criatura abrumada por el dolor o la enfermedad y, de haber sabido qué dirección tomar, me habría dirigido hacia él, pues soy hombre sensible al sufrimiento ajeno. Los ruidos continuaron durante un período de media hora o tal vez algo más y luego fueron cesando hasta quedar todo en silencio y yo reanudé mi camino. Su seguro servidor, John Druven.»

Dewart deseó vivamente que esta comunicación hubiera provocado una airada réplica de su antepasado, pero habían transcurrido las semanas sin que nada apareciera en la prensa. Sin embargo, parecía estar cristalizando cierta oposición a Billington, pues, a falta de respuesta por parte de éste, se publicó una carta abierta del Rev. Ward Phillips en la que éste se ofrecía voluntario para encabezar un comité encargado de investigar el lugar de los ruidos a fin de averiguar sus causas y ponerles fin al instante. La carta estaba perfectamente calculada para provocar a Billington y consiguió su objetivo. Mi antepasado. ignoró en su réplica al ministro y al autor de la reseña del libro y publicó el siguiente anuncio:

«Se hace saber que cualquier Persona o Personas que traspasen los límites de la Finca conocida como Bosques de Billington o los Pastos y Tierras adscritos a los mencionados Bosques de Billington, serán detenidos como allanadores y puestos bajo Arresto para ser Juzgados. Alijah Billington ha comparecido en el día de hoy ante el Magistrado y declarado ante él que sus propiedades se hallan debidamente señaladas contra toda clase de Allanadores y Vagabundos y que está prohibido entrar en ellas sin Permiso.»

Este anuncio motivó una inmediata réplica del reverendo Ward Phillips, quien escribió que «al parecer nuestro Vecino Alijah Billington no desea que se lleve a cabo investigación alguna sobre los ruidos y prefiere seguir siendo el único que tenga Conocimiento de los mismos». Concluía su artera comunicación preguntando sin rodeos a Alijah Billington por qué «temía» que los ruidos y sus causas fueran investigados o suprimidos.

Alijah, sin embargo, no era hombre que se dejara abatir por tales maniobras. Poco después contestó que no tenía intención de permitir que le acusaran de ese modo; tampoco tenía razones para suponer que «el autodenominado Rev. Ward Phillips o su protegido el caballero John Druven» se hallaran debidamente capacitados para llevar a cabo tal investigación; y luego la tomaba con los que aseguraban haber oído ruidos. «En lo tocante a estas Personas, no estaría de más preguntarles qué hacían fuera a tales horas de la Noche, en que las Personas decentes se hallan en la cama o al menos en su casa, y no vagando por los Campos, ocultos en las Sombras, en pos de sabe Dios qué placeres o empeños. No presentan ninguna prueba de haber oído ruidos. El declarante Druven asegura en voz muy alta que ha oído ruidos, pero no menciona que alguien le hubiera acompañado. También, hace menos de cien años, hubo quienes, alegando oír voces, acusaron a hombres y mujeres inocentes que fueron condenados a una muerte la más horrible, por Brujos y Hechiceros; mas tampoco tenían pruebas. El declarante ¿es buen conocedor de los sonidos nocturnos del campo para distinguir entre lo que él llama los acentos inconfundibles de una criatura abrumada por el dolor y el mugido de un toro o el berrido de una vaca que busca un ternero perdido o muchos otros sonidos de análoga Naturaleza?. Preferible sería que gentes como él meditaran antes de hablar y no se dejaran engañar por sus oídos y también que no miraran hacia lo que Dios no quiere que se vea.»

Era desde luego una carta ambigua. Hasta entonces Billington no había puesto a Dios por testigo de su inocencia. La carta, aunque certera en algunos aspectos, mostraba indicios de haber sido escrita apresuradamente y sin la debida reflexión. En resumen, Billington daba pie para que le atacaran y era de esperar qué así lo hicieran, como efectivamente sucedió. Tanto el Rev. Ward Phillips como John Druven lanzaron contra él un ataque frontal.

El sacerdote escribió, casi tan secamente como Billington, que observaba con satisfacción, «y doy por ello gracias a Dios, que ese señor Billington reconoce que existen Cosas que Dios desea que el hombre no vea, y sólo deseo que el citado Billington tampoco haya mirado hacia ellas».

En cambio, John Druven ridiculizaba a Alijah. «En verdad ignoraba que el Vecino Billington poseyera toros y vacas y terneros, con cuyos mugidos el declarante se halla familiarizado por haberse criado entre ellos. El declarante añade, pues, que no oyó mugido de toro, vaca o ternero en las proximidades de los Bosques de Billington. Ni tampoco balido de cabra u oveja, rebuzno de asno ni voz de ningún animal conocido. Y ruidos los hay, eso es innegable, pues yo los he oído y otros también.» La carta seguía en este tono.

Habría sido de esperar algún tipo de réplica por parte de Billington, pero no sucedió así. Ninguna comunicación volvió a publicarse firmada por él en la prensa, pero a los tres meses apareció en la Gazette un carta del punzante Druven anunciando que había sido invitado a investigar a su gusto los Bosques de Billington, ya solo o en compañía, con tal de que avisara previamente a Billington a fin de que éste tomara las medidas pertinentes para evitar que fuera tratado como un intruso. Druven manifestaba su intención de aceptar a su debido tiempo la invitación de Billington.

Durante algún tiempo no se supo más sobre el tema. Pero luego empezaron a salir una serie de párrafos siniestros y cada vez más alarmantes a medida que transcurrían las semanas. La primera noticia era aparentemente inofensiva. Decía únicamente que «el caballero John Druven, colaborador ocasional de esta publicación», no había entregado su colaboración a tiempo de que saliera en el número de esta semana, y que era de esperar que pudiera aparecer en el de la próxima. A la semana siguiente, sin embargo, la Gazette publicaba un suelto relativamente extenso donde comunicaba que John Druven «no ha sido localizado. No se halla en su domicilio de River Street y actualmente se está llevando a cabo una investigación para descubrir su paradero». A la semana siguiente, la Gazette revelaba que la colaboración que Druven no había llegado a entregar se refería a la visita que había efectuado a la casa y los Bosques de Billington en compañía del reverendo Ward Phillips y de Deliverance Westripp. Ambos acompañantes atestiguaban que los tres habían regresado. Pero aquella misma noche, según la mujer que le atendía, Druven habla salido de casa sin decir a dónde iba, pese a habérselo preguntado. Interrogados sobre las investigaciones que habían efectuado en torno a los ruidos oídos en los Bosques de Billington, el Rev. Phillips y Deliverance Westripp contestaron que no recordaban nada, salvo que su anfitrión se había mostrado muy cortés con ellos y hasta les habla servido un almuerzo preparado por su criado, el indio Quamis. El Sheriff Superior dirigía las pesquisas que se llevaban a cabo para aclarar la desaparición de John Druven.



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