Una negra torre descolla entre tenues bancos de nubes
Alrededor un inmaculado, opresivo bosque.
Sombra y silencio, moho y putrefacción, una mortaja
Gris sobre antiguas lápidas hace tiempo desmoronadas;
Ningún pie ha hollado, ningún trino ha despertado
La mortal soledad de esta noche eterna,
Pero a veces se agita el aire con tembloroso bullir
Cuando en la torre brilla un mortecino destello.
Aquí, en soledad, mora aquel cuyas manos han trazado
Extrañas obras que estremecen al mundo;
En espantosos, indescifrables jeroglíficos ha revelado
Lo que acecha más allá de los abismos estelares.
Oscuro Señor de Averoigne tus ventanas se abren
A ensoñaciones que ningún otro puede acoger
No hay comentarios:
Publicar un comentario