I love Lovecraft

Ha pasado poco tiempo desde que me encontré a Lovecraft en la red -tan solo siete años- desde entonces, gracias a Ernest empecé a leerlo y tiempo después -cuando ya no podía dejar de leer- empecé a recopilar sus relatos; tuve algunos problemas porque algunos de ellos están perdidos y otros simplemente no se encuentran con tanta facilidad en la red.

Algunos participantes del foro de Ciberanika me enviaron desde España libros de Lovecraft -Gracias por eso- y tiempo después empecé a buscar en el fondo de las tiendas y librerías de mi ciudad y encontré uno que otro, algunos con relatos repetidos y pastas maltratadas. Las mini Ferias del Libro también han ayudado mucho en mi búsqueda y los viajes que he tenido oportunidad de hacer.

Actualmente tengo un pequeño ''altar'' a Cthulhu, el personaje más reconocido y popular de Lovecraft, así como un tatuaje del mismo en mi tobillo.



A algunos les pareció exagerado, tonto y a otros simplemente no les gustó, pero Lovecraft me inspiró para mis historias y me invitó a un mundo maravilloso con paisajes inimaginables y seres fascinantes. Su redacción y su creatividad me maravillan desde que leí 'La Sombra Sobre Innsmouth' hace años, rescató una parte de mi personalidad que pendía de un hilo y que a punto estuve de perder.



Ahora quiero compartir los relatos con ustedes, sin ánimo de lucrar o ganar algo, solamente de guardar -porque mi pc puede fenecer en cualquier momento- y de invitarlos a entrar en Innsmouth o Dunwich, a soñar en la casa de la bruja o a llamar al gran Cthulhu que yace dormido en la profundidad del mar.

Bienvenidos.

Eyra Garibay Wong

Buscas algún relato en especial?

martes, 4 de enero de 2011

LA SOMBRA DEL DESVÁN 1964, COLABORACIÓN DE AUGUST DERLET. + (PARTE 3)


V
Pasé casi todo el día descansando y, en cierto modo, esperando los acontecimientos que traería la noche con­sigo. Ahora me es imposible describir el - estado de ánimo en que me encontraba. Todo terror me había abandonado. Me consumía una viva curiosidad no exenta incluso de cierta avidez.

El día fue transcurriendo. Pasé durmiendo varias ho­ras. Comí muy poco. El apetito que yo sentía entonces no es de los que se calman comiendo y no me inquietaba lo más mínimo reconocerlo así.

Por fin llegaron la noche y las tinieblas y, con emo­ción anticipada, me senté a esperar a cualquier visitante que viniera del desván. Al principio me había instalado en el piso de abajo, pero llegué a la conclusión de que era en la habitación de arriba ——en el viejo dormitorio de mi tío abuelo Uriah——- donde debía aguardar a que se produjeran los sucesos nocturnos de la casa. Así, pues, subí al dormitorio y aguarde en la oscuridad.

Fueron pasando horas. El viejo reloj del piso bajo dio las campanadas de las nueve, las diez, las once. Esperaba oir de un momento a otro las pisadas de la mujer en la escalera ——de la mujer llamada Lilith——-, pero el primer fenómeno que se produjo fue la aparición de la luz azul deslizándose por debajo de la puerta, como en el sueño.

Pero ahora ni estaba dormido ni soñando.

La luz azul siguió entrando hasta llenar la habitación y permitirme distinguir la forma desnuda de la mujer y la figura, fluida y a medio formar, de mi tío abuelo Uriah, que crecía de tamaño y proyectaba como un ten­táculo de humo hacia donde estaba yo...

Y en ese momento percibí otro caso más, que me llenó de un súbito terror. Olla a quemado... y ol el crepitar de las llamas.

Del exterior me llegó la voz de Rhoda, llamándome.

- ¡Adam! ¡Adam!

La visión se desvaneció. Lo último que vi fue una ex­presión de terrible furor deformando la faz espectral de mi tío abuelo y la rabia de la mujer, que parecía joven y bella en aquella vaga luminosidad, pero que de pronto se  transformó en una bruja horrible. A continuación me abalancé a la ventana y la abrí.

—¡Rhoda! —grité.

No había descuidado ningún detalle. En el antepecho de la ventana habla apoyada una escala de madera.

La casa ardió hasta los cimientos y con ella todo cuan­to contenía.

El incendio no afectó a la herencia de mi tío abuelo.

Como dijo Mr. Saltonstall, yo estaba cumpliendo, las con-iciones impuestas cuando circunstancias ajenas a mi vo­luntad me habían impedido continuar. Así, pues, heredé la finca, la vendí y Rhoda y yo nos casamos.

Pese a sus manías insistentemente femeninas.

—Yo fui la que le prendió fuego — dijo. Cuando se marchó con mis papeles y mis libros, se pasó un día ente­ro en la Universidad del Miskatonic estudiando algunos de los libros de arcanos y brujería que dan justa fama a su biblioteca. Por fin había llegado a la conclusión de que el espíritu que animaba la casa y producía los he­chos que en ella tenían lugar era el del tío abuelo Uriah Garrison, y de que la única razón de haberme llevado a vivir allí había sido la de tenerme a su alcance para usur­par - mi fuerza vital y tomar posesión de mi cuerpo. La mujer era un súcubo, acaso su amante. La ratonera co­municaba evidentemente con otra dimensión.

Las mujeres son únicas para construir edificios román­ticos con los materiales más extraños. ¡Súcubos!

Sin embargo, hay veces, incluso ahora, en que sus ideas se me contagian. En ocasiones me siento inseguro de mi propia identidad. ¿Soy Adam Duncan o Uriah Garrison? Es preferible no hablar de ello con Rhoda. Una vez mencioné el asunto y lo único que contestó fue:

—Parece que te sienta bien.

Las mujeres son criaturas fundamentalmente no racio­nales. Jamás nadie podrá quitarle de la cabeza sus ideas sobre la casa de Aylesbury Street. A milo que me morti­fica es yerme incapaz de ofrecer una explicación más racional que la suya, una explicación que dé plena res­puesta a todas las preguntas que me hago cuando me siento a pensar en aquellos hechos en que tan pequeño

—pero importante—  papel desempeñé

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