I love Lovecraft

Ha pasado poco tiempo desde que me encontré a Lovecraft en la red -tan solo siete años- desde entonces, gracias a Ernest empecé a leerlo y tiempo después -cuando ya no podía dejar de leer- empecé a recopilar sus relatos; tuve algunos problemas porque algunos de ellos están perdidos y otros simplemente no se encuentran con tanta facilidad en la red.

Algunos participantes del foro de Ciberanika me enviaron desde España libros de Lovecraft -Gracias por eso- y tiempo después empecé a buscar en el fondo de las tiendas y librerías de mi ciudad y encontré uno que otro, algunos con relatos repetidos y pastas maltratadas. Las mini Ferias del Libro también han ayudado mucho en mi búsqueda y los viajes que he tenido oportunidad de hacer.

Actualmente tengo un pequeño ''altar'' a Cthulhu, el personaje más reconocido y popular de Lovecraft, así como un tatuaje del mismo en mi tobillo.



A algunos les pareció exagerado, tonto y a otros simplemente no les gustó, pero Lovecraft me inspiró para mis historias y me invitó a un mundo maravilloso con paisajes inimaginables y seres fascinantes. Su redacción y su creatividad me maravillan desde que leí 'La Sombra Sobre Innsmouth' hace años, rescató una parte de mi personalidad que pendía de un hilo y que a punto estuve de perder.



Ahora quiero compartir los relatos con ustedes, sin ánimo de lucrar o ganar algo, solamente de guardar -porque mi pc puede fenecer en cualquier momento- y de invitarlos a entrar en Innsmouth o Dunwich, a soñar en la casa de la bruja o a llamar al gran Cthulhu que yace dormido en la profundidad del mar.

Bienvenidos.

Eyra Garibay Wong

Buscas algún relato en especial?

martes, 4 de enero de 2011

ARCILLA DE INNSMOUTH, COLABORACIÓN DE AUGUST DERLETH. (PARTE 2) +

«12 marzo. Idéntico sueño. Exhausto.»

« 13 marzo. Vuelvo a soñar que nado. En las profundidades del mar. Al fondo del abismo, una ciudad. ¿Ryeh, R'lyeh? ¿Algo llamado "Gran Thooloo"? » De estos sueños, de estos extraños asuntos, apenas habló Corey cuando estuve visitándole en marzo. Yo le había encontrado un poco tenso y él lo achacó a que no dormía muy bien. Dijo que no descansaba, por pronto que se acostara. También me preguntó entonces si había oído alguna vez las palabras «Ryeh» o «Thooloo» y yo, naturalmente, le contesté que no. Sin embargo, al segundo día de estar allí tuve ocasión de volverlas a oir. Habíamos ido a Innsmouth, lo cual suponía un paseíto en coche de unas cinco millas, y no tardé en darme cuenta de que el verdadero motivo de ir no era comprar provisiones, como me había dicho Corey. Estaba clarísimo que Corey iba de caza. Sin duda había decidido averiguar todo lo que pudiera de su familia y, con esta finalidad, recorrió diversos puntos de la población, desde el drugstore de Ferrand hasta la biblioteca pública, cuyo anciano bibliotecario mostró una extraordinaria reserva en lo tocante a las viejas familias de Jnnsmouth y alrededores. Sin embargo, mencionó los nombres de dos viejos de la localidad que habían conocido a algunos Marsh, Gilman y Waite de su época. Era posible encontrarlos a cualquier hora en cierto bar de Washington Street.Por muy deteriorado que estuviese, Innsmouth es la clase de pueblo que fascina inevitablemente a todo el que se interesa por la arqueología y la arquitectura, pues tiene más de cien años y la mayoría de sus edificios —exceptuando los del barrio de los negocios— datan de muchos decenios antes del cambio de siglo. Aunque muchos de ellos estaban desiertos y algunos incluso en ruinas, los rasgos arquitectónicos de las casas reflejan una cultura desaparecida hace ya tiempo de la escena americana.A medida que nos acercábamos a la zona portuaria, por Washington Street, se veían más pruebas evidentes de la reciente catástrofe. Había edificios en ruinas -«dinamitados por los federales, según me han contado», dijo Corey—— y nadie se había esforzado mucho en arreglar los desperfectos, pues todavía quedaban bocacalles totalmente bloqueadas por los escombros. Ya en los muelles, parecía que habían destruido una calle entera, por lo menos toda una fila de viejos edificios que en su día habían servido de almacenes del puerto, aunque hacía mucho tiempo que estaban abandonados. Al acercarnos a la orilla del mar, todo lo invadió un hedor empalagoso y nauseabundo de claro origen marino. Era más intenso que el olor a pescado podrido que se produce a veces en las aguas estancadas de la costa, o también del interior.

Según Corey, la mayoría de los almacenes volados había sido propiedad de Marsh; se había enterado en el drugstore de Ferrand. En realidad, los miembros de las familias Waite, Gilman y Llliott habían sufrido muy pocas pérdidas. Casi toda la fuerza de la expedición federal había recaído sobre las propiedades de los Marsh. Sin embargo, había sido respetada la Marsh Refining Company, que se dedicaba a manufacturar lingotes de oro y todavía daba empleo a algunos de los lugareños que no vivían de la pesca. Pero la Marsh Refining Com pany ya no dependía directamente de ningún miembro del clan Marsh. El bar — cuando por fin llegamos—— era del siglo pasado y resultaba evidente que en él no se había introducido ninguna mejora desde  entonces. Detrás del mostrador había un individuo desaliñado leyendo el Arkham Advertiser, y en la barra, al fondo, había un par de viejos sentados, uno de ellos dormido. Corey pidió una copa de brandy y yo otra. El hombre del mostrador no disimuló su cauto interés hacia nuestras personas.

-¿Seth Akins? —preguntó Corey. El hombre señaló con la cabeza a su parroquiano dormido.
-¿Qué suele beber? -volvió a preguntar Corey.
-De todo. Póngale otro brandy. -El tabernero sirvió el brandy en una copa mal lavada y la depositó en el mostrador. Corey la llevó hasta donde estaba el viejo dormido, se sentó junto a el y le despertó.
-Bébase una copa conmigo -le invitó.

El viejo levantó la vista, revelando un rostro hirsuto y unos ojos legañosos bajo la mata de pelo enmarañado y cano. Vio el brandy, lo cogió, con sonrisa incierta, y se lo bebió. Corey empezó a interrogarle como si sólo pretendiera charlar un rato con un viejo habitante de Innsmouth. Al principio se refirió en términos generales al pueblo y a la comarca que se extendía a su alrededor entre Arkham y Newburyport. Akins habló con entera libertad. Corey le invitó a otra copa y luego a otra. Pero la locuacidad de Akins desapareció en cuanto Corey le mencionó a las antiguas familias, especialmente a los Marsh. El viejo adoptó una actitud claramente cautelosa y de vez en cuando lanzó fugaces miradas a la puerta, como si le hubiera gustado escapar de la situación. Corey, sin embargo, le apretó bien las clavijas y Akins terminó por ceder.

-Bueno, supongo que ya no importa hablar -dijo por fin-. Casi todos los Marsh se han ido desde que vinieron los federales hace un mes. Y nadie sabe adónde, pero no han vuelto. ——El viejo empezó a irse por las ramas, pero por fin, después de muchos circunloquios, abordó el tema del comercio con las Indias orientales——: El que empezó el negocio fue el capitán Obed Marsh, que algo se traía entre manos con aquellos indios orientales. Se trajeron algunas mujeres de allí y las tenían en la casa grande que había construido. Y después, a los jóvenes Marsh, se les puso esa pinta extraña y les dio por irse nadando al Arrecife del Diablo y se estaban allí horas enteras y no es normal pasar tanto tiempo bajo el agua. El capitán Obed se casó con una de esas mujeres y los jóvenes Marsh se fueron a las Indias orientales y trajeron más. El negocio de los Marsh no se vino abajo como otros. Los tres barcos del capitán Obed, que eran el bergantín Columbia, el pailebote Sumatra Queen y otro bergantín, el Hetty, navegaron por los océanos sin sufrir un solo accidente. Y esa gente, o sea, los orientales y los Marsh, empezaron una especie de religión nueva que la llamaban Orden de Dagón. Y se hablaba mucho de ellos en voz baja y de lo que pasaba en sus reuniones, y los jóvenes, bueno, a lo mejor se perdieron, pero el caso es que nadie los volvió a ver. Y luego, ya sabe, pues por entonces se habló mucho de sacrificios, o sea humanos, pero no desapareció ningún Marsh ni Gilman ni Waite ni Ellioth, o sea, que ninguno de ellos se perdió o lo que fuera. Y también se murmuraban cosas de un sitio llamado «Ryeh» y de algo llamado «Thooloo», que para mi tienen que ver con ese tal Dagón....Al llegar a este punto, Corey le interrumpió para aclarar este
particular, pero el viejo no supo contestarle y yo no comprendi hasta después el motivo del súbito interés de Corey.

Akins prosiguió:

-La gente no quería tener que ver con los Marsh ni con los otros tampoco. Pero a los Marsh es a los que más se les había puesto esa pinta extraña. Algunos se pusieron tan terribles que no los sacaban de casa sino de noche, y se pasaban todo el tiempo nadando en la mar. Nadaban como peces, según decían, que yo no lo vi. Ya la gente, de estas cosas ni hablaba, porque vimos que el que hablaba demasiado desaparecía como aquellos jóvenes y nunca se volvía a saber de él. El capitán Obed aprendió muchas cosas en Ponapé, que se las enseñaron los canacos, y eran cosas sobre unos que los decían «los profundos», que vivían debajo del agua. Y se trajo toda clase de figurillas y tallas que representaban peces y otras cosas marinas que no eran peces y que Dios sabe lo que eran.
-¿Qué hizo con esas tallas? -intervino Corey.
-Las que no llevó al Templo de Dagón, las vendió. Y a buen precio, que ya lo creo que se las pagaron bien. Pero ya no quedan. Y tampoco hay ya Orden de Dagón y no se ha vuelto a ver a los Marsh por estos alrededores desde que dinamitaron los almacenes. Y no los arrestaron a todos, no señor. Dicen que los Marsh que quedaban se fueron a la orilla de la mar y se metieron en el agua y se ahogaron —-el viejo soltó una carcajada áspera——, pero nadie ha visto ningún cadáver de los Marsh, ningún cuerpo ha aparecido en la orilla. Al llegar a este punto de la narración, ocurrió un incidente verdaderamente singular. De pronto, el viejo se fijó en mi compañero, abrió los ojos desmesuradamente, dejó caer la quijada y le empezaron a temblar las manos. Durante unos instantes quedó como congelado en la misma postura. Pero al momento se bajó del taburete, giró y corrió tambaleándose a la calle con un grito largo y desesperado que pronto fue barrido por el viento invernal. Decir que quedamos asombrados seria poco. La súbita huida de Seth Akins había sido tan inesperada que Co-rey y yo nos miramos atónitos. No fue sino algún tiempo después cuando se me ocurrió que la supersticiosa mente de Akins debía haber flaqueado al ver las extrañas arrugas que tenía Corey en el cuello, debajo de las orejas.

En el curso del diálogo con el viejo, la gruesa bufanda con que Corey se protegía del frío viento de marzo se había ido aflojando y, por fin, se había escurrido del todo, dejando a la vista esa zona de piel espesa y como agrietada que siempre había formado parte del cuello de Jeffrey Corey dándole cierta apariencia de vejez.
No se me ofreció ninguna otra explicación, pero no se la mencioné a mi amigo por no alterarle más, que bastante lo estaba ya.¡ Vaya galimatías! ——exclamé cuando nos vimos de nuevo en Washington Street.Corey afirmó con la cabeza, pero me di cuenta de que algunos aspectos de la narración del viejo le habían impresionado, y no gratamente por cierto. Consiguió sonreír sin ningún entusiasmo y, como respuesta a mis ulteriores comentarios, se limitó a encogerse de hombros, como si no quisiera hablar de lo que habíamos oído contar a Akins. Durante toda la velada estuvo llamativamente silencioso y preocupado. Recuerdo que me sentí algo molesto al notar que no quería compartir conmigo la carga secreta que le abrumaba. Pero, naturalmente, sospecho que sus propios pensamientos le debían parecer tan fantásticos e increíbles que prefirió no comunicármelos por si hacía el ridículo ante mí. Así, pues, tras hacerle varias preguntas de tanteo y comprobar que las eludía, no volví a tocar el tema de Seth Akins y las leyendas de Innsmouth. A la mañana siguiente regresé a Nueva York. Nuevas citas textuales del Diario de Jeffrey Corey

« 18 marzo. Esta mañana me despierto convencido de que no he dormido solo. Señales en almohada y cama. Habitación y cama muy húmedas, como si una persona empapada se hubiera acostado junto a mí. Sé intuitivamente que era una mujer. ¿Pero cómo? Me asusta pensar que la locura de los Marsh se esté empezando a apoderar de mí. Pisadas en el suelo.»

«19 marzo. ¡Ha desaparecido la "Diosa Marina"! La puerta está abierta. Durante la noche ha debido entrar alguien y llevársela. El dinero que le puedan dar por ella no compensa el riesgo. No se han llevado nada más.»

«20 marzo. Me he pasado la noche soñando todo lo que dijo Seth Akins. ¡He visto al capitán Obed en el fondo del mar! Ancianísimo. ¡Con branquias! Buceaba hasta muy por debajo de la superficie del Atlántico, más allá del Arrecife del Diablo. Muchos más, hombres y mujeres. ¡El aspecto inconfundible de los Marsh! ¡Oh, el poder y la gloria! »

«21 marzo. Noche del equinoccio. Un dolor pulsátil en el cuello durante toda la noche. No he podido dormir. Me he levantado y he dado un paseo hasta el mar. ¡Cómo me atrae el mar! Nunca me había dado cuenta como ahora. Y, sin embargo, recuerdo que ya de niño — ¡y en mitad del continente! —- me gustaba jugar a que oía el sonido del mar, el romper de las olas, el silbido del viento sobre las aguas. Todavía me queda una sensación tremenda de que algo va a pasar.»

Con esta misma fecha —21 de marzo—— me escribió Corey su última carta. En ella no decía nada de los sueños, pero sí del dolor del cuello:

«No es de la garganta, eso está claro. No me cuesta tragar. Parece que el dolor se localiza en esa zona de piel gruesa, o rugosa, o agrietada, como quieras llamarla, que tengo debajo de las orejas. Pero no te lo puedo describir. No es como el dolor de una tortícolis, o de una rozadura, o de un golpe. Es como si la piel se me fuera a romper hacia fuera, pero al mismo tiempo llega hasta muy hondo. Y, además, no puedo quitarme de la cabeza que esta a punto de pasarme algo. Algo que temo y deseo a la vez. Me obsesiona un concepto que yo denomino, a falta de otras palabras, conciencia ancestral. »Le contesté aconsejándole que fuera a un médico y prometiéndole que iría a visitarle a primeros de abril. Pero para entonces Corey había desaparecido. Había pruebas de que había bajado a la orilla y penetrado en el océano, aunque no era posible determinar si su intención había sido la de nadar o la de quitarse la vida. Se descubrieron huellas de sus pies desnudos en lo que quedaba de aquella extraña arcilla arrojada en febrero por el mar, pero no había pisadas de vuelta. No había dejado ningún mensaje de despedida, pero sí instrucciones para mí sobre la forma de disponer de sus efectos. Me nombraba administrador de sus bienes, lo que parecía indicar que tampoco él debía tenerlas todas consigo.


Se buscó el cuerpo de Corey —-aunque sin gran entusiasmo—— a lo largo de la costa, lo mismo a un lado que a otro de Innsmouth, pero la búsqueda resultó infructuosa. Al presidente del comité de encuesta no le fue difícil dictaminar que Corey había hallado la muerte por imprudencia. La reseña de los hechos que parecen relacionados con el misterio de esta desaparición no debe finalizarse sin añadir un sucinto relato de  lo que vi en el Arrecife del Diablo el día 17 de abril, al atardecer. Era un crepúsculo apacible. El mar parecía un espejo y no corría ni un soplo de viento. Yo estaba terminando de arreglar los asuntos de Corey y me apeteció remar un rato en el mar. Las habladurías relativas al Arrecife del Diablo me llevaron inevitablemente hacia lo que quedaba de él: unas pocas rocas melladas y rotas que sobresalían de la superficie, cuando la marea estaba baja, a una milla larga del pueblo. El sol se había puesto, por el cielo de occidente se extendía un suave resplandor y el mar tenía un color cobalto profundo hasta donde alcanzaba la vista. Acababa de llegar al arrecife cuando se produjo un gran alboroto en el agua. La superficie marina se quebró en muchos lugares. Me detuve y permanecí inmóvil, esperando que una escuela de delfines emergiera de un momento a otro y disfrutando anticipadamente del espectáculo. Pero no eran delfines. Eran ciertos moradores del mar de cuya existencia yo no tenía conocimiento. Realmente, a la menguante luz del crepúsculo, los escamosos nadadores parecían peces humanos. Excepto una pareja, los demás permanecieron alejados del bote donde yo estaba.

Aquella pareja —-una hembra de extraño color arciloso y un macho— llegaron a acercarse bastante al bote, desde donde yo los miraba con una mezcla de sentimientos a la que no era ajena esa clase de terror que hunde sus raíces en un profundo temor a lo desconocido. Pasaron nadando cerca de mí, emergiendo y sumergiéndose, y cuando se alejaban, el más claro de piel se volvió hacia mí y me dirigió una mirada deliberada mientras emitía un extraño sonido gutural que no dejaba de guardar cierta semejanza con mi nombre: « ¡Jack! » Me quedé con la clara e inconfundible convicción de que aquella criatura marina con branquias tenía la cara de Jeffrey Corey. Todavía sueño con ella.

No hay comentarios:

Sueños del Soñador de Providence