I love Lovecraft

Ha pasado poco tiempo desde que me encontré a Lovecraft en la red -tan solo siete años- desde entonces, gracias a Ernest empecé a leerlo y tiempo después -cuando ya no podía dejar de leer- empecé a recopilar sus relatos; tuve algunos problemas porque algunos de ellos están perdidos y otros simplemente no se encuentran con tanta facilidad en la red.

Algunos participantes del foro de Ciberanika me enviaron desde España libros de Lovecraft -Gracias por eso- y tiempo después empecé a buscar en el fondo de las tiendas y librerías de mi ciudad y encontré uno que otro, algunos con relatos repetidos y pastas maltratadas. Las mini Ferias del Libro también han ayudado mucho en mi búsqueda y los viajes que he tenido oportunidad de hacer.

Actualmente tengo un pequeño ''altar'' a Cthulhu, el personaje más reconocido y popular de Lovecraft, así como un tatuaje del mismo en mi tobillo.



A algunos les pareció exagerado, tonto y a otros simplemente no les gustó, pero Lovecraft me inspiró para mis historias y me invitó a un mundo maravilloso con paisajes inimaginables y seres fascinantes. Su redacción y su creatividad me maravillan desde que leí 'La Sombra Sobre Innsmouth' hace años, rescató una parte de mi personalidad que pendía de un hilo y que a punto estuve de perder.



Ahora quiero compartir los relatos con ustedes, sin ánimo de lucrar o ganar algo, solamente de guardar -porque mi pc puede fenecer en cualquier momento- y de invitarlos a entrar en Innsmouth o Dunwich, a soñar en la casa de la bruja o a llamar al gran Cthulhu que yace dormido en la profundidad del mar.

Bienvenidos.

Eyra Garibay Wong

Buscas algún relato en especial?

martes, 4 de enero de 2011

LA HOYA DE LAS BRUJAS, COLABORACIÓN DE AUGUST DERLETH. (PARTE 2) +


-¿Qué le pasa, señor Williams? -Traté de disimular, toda vez que nada en concreto podía exponer, y visto a la fría luz del día, lo que tenía que contar parecería locura a cualquier persona sensata. Dije solamente:
-Me gustaría saber algo sobre la familia de los Potter, que vive en la Hoya de las Brujas, al oeste de la escuela. -Me lanzó una mirada enigmática.
-¿No ha oído hablar nunca del viejo Hechicero Potter? -preguntó, y antes de que pudiera contestar, prosiguió-. No, naturalmente. Usted es de Brattleboro. Difícilmente podría esperarse que los de Vermont se enteraran de lo que ocurre en una apartada región de Massachusetts. Pues verá: el viejo vivía antes allí, él solo. Era ya bastante viejo cuando yo lo vi por primera vez. Y estos Potter de ahora eran unos familiares lejanos que vivían entonces en el Alto Michigan. Heredaron la propiedad y vinieron a establecerse ahí cuando murió el Hechicero Potter.
-Pero, ¿qué sabe usted de ellos? -insistí.
-Nada, lo que todo el mundo -dijo-. Que cuando vinieron eran gente muy afable. Que ahora no hablan con nadie, que no salen casi nunca... y muchas habladurías sobre animales que se extravían y cosas así. La gente relaciona lo uno con lo otro. -De esta forma siguió la conversación, en el curso de la cual lo sometí a un verdadero interrogatorio.

Y así fue cómo escuché una mezcla desconcertante de leyendas, alusiones, relatos contados a medias, y sucesos totalmente incomprensibles para mí. Lo que parecía indiscutible era que había un lejano parentesco entre el Hechicero Potter y un tal Brujo Whateley que vivió cerca de Dunwich, «un tipo de mala calaña» según mi amigo el redactor jefe* . También parecía indudable que el viejo Hechicero Potter había llevado una vida solitaria, que había alcanzado una edad avanzadísima y que la gente solía evitar el paso por la Hoya de las Brujas. Lo que parecía pura fantasía eran las supersticiones relacionadas con esa familia. Se decía que el Hechicero Potter había «invocado algo que bajó del cielo y vivió con él o en él hasta su muerte» y que un viajero extraviado, hallado en estado agónico en la carretera general, había dicho en sus últimas ansias algo así como que «una cosa con tentáculos... un ser pegajoso, de gelatina, con ventosas en los tentáculos» salió del bosque y le atacó. Mi amigo me contó varias historias más por el estilo.
Cuando terminó, me escribid una nota para el bibliotecario de la Universidad del Miskatonic, en Arkham, y me la tendió.

-Dígale que le facilite ese libro. Quizá le sirva de algo -encogió los hombros-, o tal vez no. La gente joven de hoy no se preocupa por nada.

Sin pararme a cenar, proseguí mis investigaciones sobre un tema que, según presentía, me iba a ser de utilidad si quería ayudar a Andrew Potter a encontrar una vida mejor, pues era esto, más que el deseo de satisfacer mi curiosidad, lo que me impulsaba. Me fui a Arkham y, una vez en la Biblioteca de la Universidad del Miskatonic, busqué al bibliotecario y le di la nota de mi amigo. El anciano me miró con suspicacia, y dijo:

-Espere aquí, señor Williams. -Y se fue con un manojo de llaves. Deduje, pues, que el libro aquel estaba guardado bajo llave.

Esperé un tiempo que se me antojó interminable. Comencé a sentir hambre, y empezó a parecerme poco decorosa mi precipitación.. Pero no obstante, intuí que no había tiempo que perder, aunque no sabía exactamente qué catástrofe me proponía impedir. Finalmente, subió el bibliotecario, portador de un volumen antiguo, y me lo colocó en una mesa al alcance de su vista. El título del libro estaba en latín -Necronomicon-, aunque su autor era evidentemente árabe -Abdul Alhazred-, y su texto estaba escrito en un inglés arcaico.

Comencé a leer con un interés que pronto se convirtió en total turbación. El libro se refería a antiguas y extrañas razas invasoras de la Tierra, a grandes seres míticos llamados unos Dioses Arquetípicos y otros Primordiales de exóticos nombres, como Cthulhu y Hastur, Shub-Niggurath y Azathoth, Dagon e Ithaqua, Wendigo y Cthugha. Todo ello se relacionaba con una especie de plan para dominar la Tierra. Al servicio de estos seres estaban ciertos pueblos extraños de nuestro planeta: los Tcho-Tcho, los Profundos y otros. Era un libro repleto de ciencia cabalística y de hechizos. En él se relataba una gran batalla interplanetaria entre los Dioses Arquetípicos y los Primordiales, y cómo habían sobrevivido cultos y adeptos en lugares remotos y aislados de nuestro planeta, así como en otros planetas hermanos. No comprendí la relación que podía haber entre ese galimatías y el problema que a mí me preocupaba: la extraña e introvertida familia Potter, con su deseo de soledad y su forma antisocial de vivir.

No sé cuánto tiempo estuve leyendo. Me interrumpí al darme cuenta de que, no lejos de mi mesa, había un desconocido que no me quitaba ojo sino para ponerlo en el libro que yo leía. Cuando se vio descubierto, se me acercó y me dirigió la palabra.

-Perdóneme -dijo- pero, ¿qué interés puede- tener ese libro para un maestro nacional?
-Eso me pregunto yo -contesté. -Se presentó como el profesor Martin Keane.
-Puedo afirmar -añadió- que me sé el libro ese prácticamente de memoria.
-Es un fárrago de supersticiones.
-¿Usted cree?
-Completamente.
-Entonces ha perdido usted la facultad de asombrarse. Dígame, señor Williams, ¿por qué motivo ha pedido ese libro? -Me quedé dudando, pero el profesor Keane me inspiraba confianza.
-Salgamos a. dar una vuelta, si no le importa. -Accedió con mucho gusto.

Devolví el libro a la biblioteca y me reuní con mi reciente amigo. Poco a poco, y lo mejor que pude, le hablé de lo que pasaba con Andrew Potter, de la casa de la Hoya de las Brujas, de mi extraña experiencia psíquica, e incluso del curioso incidente de las vacas de los Dunlock. Escuchó hasta el final sin interrumpirme, lleno de interés. Por último, le expliqué que si investigaba acerca de la Hoya de las Brujas era únicamente por ayudar a mi alumno.

-Si hubiese usted indagado un poco, estaría al corriente de los extraños acontecimientos que han tenido lugar en Dunwich y en Innsmouth... así como en Arkham y en la Hoya de las Brujas -dijo Keane cuando hube terminado-. Mire usted en torno suyo: esas casas antiguas, sus ventanas cerradas hasta con postigos... ¡Cuántas cosas extrañas han sucedido en esas buhardillas! Pero nunca sabremos nada con certeza. En fin, dejemos a un lado los problemas de fe. No se necesita ver a la encarnación del mal para creer en él, ¿no le parece, señor Williams? Me gustaría prestar un pequeño servicio a ese muchacho, si usted me lo permite.

-¡Naturalmente!
-Puede resultar peligroso... tanto para usted como para él.
-Por mí, no me importa.
-Pero le aseguro que para el muchacho nada puede ser más peligroso que su situación actual; ni siquiera la muerte.
-Habla usted enigmáticamente, profesor.
-Es mejor así, señor Williams. Pero entremos... Esta es mi casa. Pase, por favor.

Entramos en una de aquellas casas antiguas de las que había hablado el profesor Keane. Las habitaciones estaban llenas de libros y antigüedades de todas clases. Me dio la impresión de que penetraba en un rancio pasado. Mi anfitrión me condujo hasta su cuarto de estar, despejó un silla de libros y me rogó que esperara mientras subía al segundo piso.

No estuvo mucho tiempo ausente; ni siquiera me dio tiempo a asimilar la curiosa atmósfera de la habitación. Cuando volvió, traía consigo unas piedras toscamente talladas en forma de estrellas de cinco puntas. Me puso cinco de ellas en las manos.

-Mañana, después de la clase, si asiste el joven Potter, arrégleselas usted para que toque una de ellas y fíjese bien en su reacción -dijo-. Dos requisitos más: debe usted llevar una encima, en todo momento; y segundo, debe apartar de su mente todo pensamiento sobre estas piedras y sobre sus propósitos. Estos individuos son telépatas, poseen el don de leer los pensamientos.

Sobresaltado, recordé el reproche que me hizo Andrew de haber hablado de su familia con Wilbur Dunlock.

-¿No debo saber para qué son estas piedras? -pregunté.
-Siempre que sea capaz de poner entre paréntesis sus propias dudas -contestó, con una melancólica sonrisa-. Estas piedras son algunas de las muchas que ostentan el Sello de R'lyeh, que impide a los Primordiales huir de sus prisiones. Son los sellos de los Dioses Arquetípicos.
-Profesor Keane, la edad de las supersticiones ha pasado -protesté.
-Señor Williams..., el prodigio de la vida y sus misterios no pasan jamás -replicó-. Si la piedra no significa nada, no tiene ningún poder. Si no tiene ningún poder, no podrá afectar al joven Potter y tampoco lo protegerá a usted.
-¿De qué?
-Del poder que se oculta tras ese aura maligna que usted percibió en la Hoya de las Brujas -contestó-. ¿O también era superstición? -sonrió-. No necesita contestar. Conozco su respuesta. Si sucede algo cuando usted ponga la piedra sobre el muchacho; ya no podrá él volver a su casa. Entonces deberá usted traérmelo aquí. ¿Trato hecho?
-Trato hecho -contesté.

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